En el epicentro de la crisis de la deuda soberana, el euro resiste sin sobresaltos. Con doce de los diecisiete socios de la moneda única viendo fuertemente encarecido el coste de su financiación, con tres de ellos -Grecia, Irlanda y Portugal- rescatados, y con la tercera y la cuarta potencias económicas de la eurozona -Italia y España- en el foco de los ataques especuladores, la divisa muestra una resistencia sorprendente.
Los efectos de la tormenta que se abate sobre la deuda han supuesto un lastre para las bolsas, pero, en las últimas jornadas, también la renta variable se está librando del contagio directo. Y los analistas buscan explicaciones para la fortaleza que está demostrando el euro.
Con datos del cierre de la Bolsa del viernes, un euro se canjeaba por 1,35 dólares, apenas un 15 % menos que los 1,60 que alcanzó en el punto máximo de cotización de su historia, en el arranque del 2008. Tan ligero deterioro se registra en momentos en que la prima de riesgo de España se encuentra en 441 puntos básicos, un 136 % más que hace un año.
La de Italia se mueve por encima de esa magnitud -68 puntos el viernes-, mientras que las de Austria y Francia se acercan o rebasan los 200 y la de Bélgica ha superado los 300.
El descalabro se ha producido para todos estos países con igual rapidez, pese a que alguno de ellos, como Francia, conserva la máxima calificación de solvencia en sus emisiones. No es, por tanto, una crisis del euro, porque el valor de la moneda apenas se ha resentido, sino del modelo de convivencia de los países.
Lenguajes distintos
La pertenencia a un área monetaria común complica la vida a los países más vulnerables -y ahora, también, a muchos de los más poderosos- porque los vínculos establecidos en la Unión son limitados, y los grados de desarrollo, asimétricos. Y los líderes han empezado a hablar lenguajes distintos.
Cuando Alemania aboga por «más Europa» está exigiendo que sus socios cedan soberanía en la decisión y control sobre sus presupuestos, mientras otros países desean que la solvencia germana les ayude a obtener financiación más barata. Merkel considera a otros países unos manirrotos, y estos le atacan por su inflexibilidad y por las dilaciones a la hora de acudir en su socorro.
Así se explica que la aplicación de los acuerdos del 26 de octubre, que debieran servir para sofocar la crisis de la deuda, se eternice, mientras los especuladores se aprovechan y el Banco Central Europeo trata de apagar el fuego con compras masivas de títulos, lo que saca de quicio a los ortodoxos alemanes sin resolver el problema de fondo.
Fuente la voz de galicia
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