Una de las primeras frases que Isabel Rochat (Delémont-Jura, 1954) aprendió de pequeña fue: «Dame un besito, papá». Y no porque alguno de sus progenitores fuese hispano (el nombre se lo debe a su madre, inglesa, e insiste en que es tan usual en Inglaterra como Elizabeth), sino porque su niñera era gallega. «Se llamaba Montserrat», recuerda. Antes de que su padre llegase de trabajar, su cuidadora la aleccionaba en lo que debía decirle. Todavía hoy la recuerda con cariño, aunque le perdió la pista.
Montserrat fue, por tanto, una de las primeras emigrantes gallegas en Suiza, aquella hornada pionera que llegó a finales de los 50 y principios de los 60, de la que aún quedan algunos representantes. Y fue su primer contacto con una realidad que en estas décadas ha tenido altos y bajos, y que de nuevo repunta casi como en los ochenta.
A la entrevista, celebrada un domingo por la noche en una céntrica plaza de la ciudad vieja ginebrina, Rochat acude tras una reunión extraordinaria de su grupo, en un día y a una hora insólita para los políticos helvéticos, y con la lección preparada.
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Fuente: La Voz de Galicia
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